domingo, 6 de mayo de 2012

DESDE LA HABANA - COLUMNA 22 -


Y recuerdo que mi madre me leyó de Benedetti “…Y no te pienses sin sangre, y no te duermas sin sueño”. Esta noche no tengo sueño; estoy solo en casa, y me prometo que si no son aún las 11:30 saldré. Hoy no tengo sueño, lo que tengo es miedo: las cosas en la escena de examen no salen como yo quiero. 
Faltan menos de 15 días y estoy preocupado. Luego recuerdo a mi padre, que siempre les dice a sus pacientes hipertensos y de la tercera edad,  cúan buena es una caminata diaria.



Son las 11:25. Las promesas se cumplen. Salgo por la avenida 23 hasta G, “Avenida de los Presidentes”. Decido bajar hasta Malecón. En el camino me encuentro a Benito Juárez, un poco más alto y en bronce. Le tiro una foto; aunque es de noche y no sale buena. En la calzada también está Simón Bolívar, montado a caballo, pero a él no intento fotografiarlo.





Al llegar al Malecón, la espuma blanca de las olas estrellándose contra el muro, brilla poco más que la luna. Hay poca luz, en este, el “Año de la Revolución Energética”. La vida de un martes a la Media noche incluye a poca gente. Me sorprenden decenas de hombres solitarios que salen a pescar, están sentados sobre el muro del malecón. Tiene un mecanismo (extraño para mí), donde el hilo de pescar esta atado a una lata de aluminio encima de  un plato, sobre la acera.
También hay grupos de amigos (nacionales y extranjeros), disfrutando de una botella de Ron, conversando y bailando, pasando totalmente el límite de la lluvia de agua de mar que les exige su distancia.  Yo compruebo que no fue buena idea traer chancletas, resbalan mucho.



Sigo caminando y tirando fotos. Lejos de las parejitas que se sientan  en todas las playas del mundo a mirar a la nada, se encuentra un hombre maduro. Yo lo miro de reojo mientras él le habla al mar, a Yemayá, la madre de los dioses Yoruba, la patrona de los viajes y los mares. Lleva algo en una bolsa, tal vez una sandía; pero no la lanzará ahora, se ha dado cuenta que lo estoy observando. Mejor es  marcharme.



Una foto de la avenida parece una constelación terrenal, con el letrero lumínico del Hotel “Riviera” en lo alto. Se me acercan, sin duda por la cámara, dos músicos callejeros que viven de las propinas extranjeras. El de las maracas se queda atrás, mientras el guitarrista me saca la clásica  conversación para turista. – Estudio aquí- respondí de mala gana – en el Instituto de Artes.
- “Ah, qué privilegio es poder estudiar arte”- me dijo él. Después, eligió despedirse y perderse
Sigo por el malecón pensando “tiene razón”, y al llegar a la calle 12, subo hasta la avenida 23. Al cerrar la puerta miro: 1:15 a.m. Ya tengo sueño. Ya puedo descansar.














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